Dos bellas mujeres contemplan el numen que se yergue sobre la mano misma de su desnudo y hermoso brazo. Pero aunque la escena es parecida, sin embargo su significación es bien diferente. Minerva está quieta y firme, con las piernas casta y estáticamente cruzadas, y contempla tranquila y segura su símbolo. Dialéctica está en movimiento y observa con no poco asombro lo que sostiene, que mantiene además cubierto por tenue velo. Minerva va ricamente vestida, tocada de impresionante casco, lanza y escudo. Dialéctica lleva una sobria túnica que oculta su desnudez, ninguna impedimenta puede molestarla, incluso camina descalza. Bajo el casco de Minerva se adivinan delicados peinados. Los cabellos de Dialéctica están revueltos y alborotados. Sobre el brazo derecho de Minerva la pequeña e inofensiva Lechuza. Sobre el brazo izquierdo de Dialéctica el menos pequeño y más peligroso Basilisco. La mirada de la Lechuza es ojilúcida, viva y penetrante, capaz de ver hasta en la oscuridad. Sin embargo la mirada del Basilisco todo lo destruye y reduce a cenizas, por eso debe huirse de su vista, o cubrirle con un velo que amortigüe tan devastador poder. Minerva, la diosa de la Guerra, cuando no necesita portar sobre su brazo a Nike, la Victoria, porque se mantiene la Paz, atiende a la observadora y conservadora Lechuza, símbolo del estudio, del conocimiento, de la serenidad intelectual y moral. Pero Dialéctica no se contenta con el simple estudio, con la fría repetición y acumulación de saberes, pues exige el arte de discurrir y disputar, el enfrentamiento a las opiniones contrarias con las armas de la razón, aún a costa de convertir en cenizas muchas falsas creencias; por eso se acompaña del Basilisco. Minerva es el Poder. Dialéctica es la Razón. Minerva y su Lechuza se aproximan más a la complaciente filología. Dialéctica y el Basilisco se aproximan más a la incómoda filosofía.
Hace unos tres mil años Atenea prefirió la atenta y callada Lechuza a la charlatana y parlera Corneja. El fruto de aquella decisión, cuando ya Atenea agotaba su poder, fue la filosofía: han pasado dos docenas de siglos. Hace una docena de siglos, cuando los cristianos ya hacía tiempo que habían arrasado las molestas escuelas de filosofía, pero se vieron a su vez sorprendidos por el fanatismo del Islám, asociaron la dialéctica con el basilisco: la filosofía era peligrosa, pero necesaria. Hoy no podemos conformarnos, por supuesto, con parlerías de Corneja, pero tampoco con la mera sabiduría estúpida y erudita de Lechuza. Tampoco sirve la contemplación anacrónica de lo que pensaron los hombres más sabios de hace dos mil, quinientos o siquiera cincuenta años, pues no pudieron conocer el Mundo que hoy nos envuelve. Es imprescindible conocer lo que puede saber Lechuza, lo que saben y dicen los demás, pero no es suficiente. La filosofía no puede contentarse con mirar al pasado, aunque se le imagine glorioso. La filosofía, para serlo, debe enfrentarse al presente. Con la sabiduría brindada por lechuza, pero necesariamente con las armas dialécticas propias del basilisco.